La mente hizo que este niño sordo acabara oyendo.
Si crees que la proeza de este individuo sordo no ocurrió por arte de magia, este artículo es para ti.
¡Atención! No sigas leyendo este post sin antes haber leído el anterior sobre el pequeño niño sordo y su padre:
(Ver: Un Gran Padre con Un Gran Deseo)
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¡Ganó un Mundo Nuevo con Seis Centavos!
Al analizar la experiencia de una forma retrospectiva, comprendemos que la fe que tuvo el pequeño niño en su padre tuvo mucho que ver con los sorprendentes resultados que se dieron.
Él no cuestionada nada acerca de lo que le decía.
Además, el padre supo «venderle» la idea de que por muy sordo que fuera, tenía una ventaja original sobre su hermano mayor, y que esta ventaja se reflejaría de muchas formas distintas.
Por ejemplo, en la escuela. El hecho de no tener orejas haría que los profesores le dedicaran una atención especial y tuvieran una amabilidad y benevolencia impresionantes. Siempre lo hicieron.
También le «vendió» la idea de que cuando fuese lo suficientemente mayor como para vender periódicos (cosa que su hermano ya hacía), tendría una ventaja sobre el mayor, porque la gente le pagaría más por su mercancía, pues su carencia de orejas sería vista por los demás como una proeza de un niño brillante y emprendedor.
Cuando el joven tenía unos 7 años, demostró el primer síntoma de que todo el apoyo recibido estaba dando sus frutos.
De este modo, el niño estuvo pidiéndole durante meses a su figura paterna la oportunidad de ponerse a vender periódicos, sin embargo, su madre siempre se negaba.
Así, el joven sordo cogió el toro por los cuernos y decidió ocuparse del asunto por su propia cuenta.
Una tarde, en la que sus padres habían salido y solamente contaba con la presencia de los sirvientes, el crío escapó por la ventana de su habitación, se deslizó hacia fuera, y se fue con una idea en la mente.
Tenía claro que iba a vender periódicos. A continuación fue al zapatero de su barrio, y le pidió seis centavos, que invirtió en periódicos que luego tenía pensado vender.
(Ver: Seis Es Tu Nuevo Número de la Suerte)
Los vendió. Reinvirtió de nuevo su capital en periódicos y repitió la misma operación hasta que cayó la noche.
Después de hacer balance de sus negocios, y de devolverle a su «banquero» la cantidad que este le prestó (sus seis centavos), el niño sordo se vio con unos beneficios totales de cuarenta y dos centavos.
Cuando sus padres volvieron esa misma noche, lo encontraron en la cama, durmiendo a pierna suelta, con sus cuarenta y dos centavos fuertemente agarrados en el puño.
Su madre le abrió la mano al pequeño, cogió las monedas y de pronto se puso a llorar. El padre se quedó sorprendido. Llorar por primera vez la victoria de su hijo le pareció algo fuera de lugar.
La reacción de el fue la contraria; se echó a reír, pero porque supo que su idea de poder inculcar en la mente de su hijo una mentalidad guiada hacia el éxito había dado resultado.
Por contra, su madre veía a un niño sordo que, en su primera aventura de negocios, se había escapado y arriesgado su vida para ganar dinero.
No se parecía nada lo que rondaba la mente del padre. Este veía a un hombrecito de negocios, valiente, ambicioso, y lleno de confianza en sí mismo, cuyo valor intrínseco había aumentado en un 100% al haber ido a negociar por su cuenta y haber ganado.
Este hecho le encantó, pues eran las primeras pruebas de una riqueza de recursos que acompañarían a su hijo toda su vida.
El Niño Sordo Que Oyó…
El pequeño niño sordo iba creciendo. Fue a la escuela, al instituto, y cómo no, a la universidad.
La sordera no había desaparecido: no era capaz de oír a sus profesores, ni aún cuando estos le gritaban fuerte, a una distancia corta.
Aún así, sus padres no lo llevaron a una escuela para sordos. No le permitieron que aprendiera la lengua de los sordomudos. ¿Por qué? Os preguntaréis.
Su familia pensaba que aunque fuera sordo, su hijo debía mantener una vida normal, y tenían que sostener esa decisión con fuerza, a pesar de las muchas discusiones que tuvieron con varios profesores a lo largo de su trayectoria escolar.
Cuando estaba en el instituto, decidió probar un aparato eléctrico para mejorar su audición, pero, desgraciadamente, no funcionó.
Ahora bien, durante su última semana en la universidad, ocurrió un hecho que marcaría para siempre el resto de su vida…
Durante años probó otros cachibaches auditivos, pero en lo que pareció una mera casualidad, obtuvo otro de estos aparatos eléctricos distinto al primero para oír mejor, que le enviaron para probar.
El ya casi licenciado sordo estaba indeciso de si probar el nuevo aparato o no, dadas las desilusiones que se llevó con los anteriores. Finalmente lo cogió, se lo colocó en la cabeza, conectó las baterías y… ¡Sorpresa!, su deseo de toda la vida, el de oír con normalidad, se había hecho realidad.
Por primera vez oía tan bien como cualquier otra persona con una audición normal.
Extasiado debido al nuevo mundo que se le había presentado después de colocarse el audífono, lo primero que hizo fue coger el teléfono para llamar a su madre y así poder oír su voz. La oyó a la perfección.
Al día siguiente oía con total claridad las voces de todos sus profesores en clase, ¡por primera vez en su vida!
Por primera vez en su vida también, su hijo podía hablar con la gente, sin que esta tuviera que contestarle a gritos.
El deseo había empezado a completarse, pero la victoria todavía no estaba asegurada. El muchacho tenía todavía que encontrar la forma definida y práctica de convertir su desventaja en una gran ventaja.
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